La mayoría de la gente viaja para conocer lugares y gente interesantes. Yo quería viajar para ver a un oso.
¿Por qué no vas a Alaska?”, me sugirió mi madre.
Y eso fue exactamente lo que hice. Compré un boleto de avión al aproximarse mis vacaciones de verano y viajé a Juneau, la capital de Alaska, donde vivía mi mejor amiga.
Ella y yo éramos inseprarables durante nuestra época universitaria. Luego ella se casó y se mudó a “la última frontera”, como llaman a Alaska. Ahora ella disfruta de la gran belleza de esos paisajes y conoce cada recoveco de la ciudad.
Estos enormes omnívoros, que viven entre 25 y 30 años, son la especie de osos más extendida en el mundo y son los habitantes característicos de los bosques de Alaska.
Juneau está rodeada de montañas y glaciares. Durante el verano disfruta de un clima marítimo de alrededor den18° C, y tiene fama de contar con la mayor concentracíon de osos cafés en el mundo.
En el verano, los bosques de Alaska se convierten en una gran alfombra verde que transpira calma y los árboles de pino se levantan como soldados en pie de batalla para protegernos del enemigo. En la distancia las altas montañas coronadas de nieve evocan figuras monumentales como el Coloso de Rodas.
Todos los días, mi amiga y yo dábamos largos paseos por el bosque. Mientras charlábamos, caminábamos por muchos senderos, uno de ellos en el glaciar Mendehhall, cuya gruesa masa de hielo parece un río petrificado.
“¿Qué debemos hacer si aparece un oso?”, le pregunté a mi amiga.
“Si aparece, lo primero es permanecer en calma. Trata de verte lo más alta posible. Luego trata de alejarte lentamente sin darle la espalda y no lo mires directamente a lo ojos”.
No sé si su respuesta me asustó, pero tuvimos que detenernos en un riachuelo a tomar agua. No había señales de osos. Sin embargo, pudimos vislumbrar un par de águilas calvas, emblemáticas de la región, que esperaban para alimentarse de peces.
Pasaron los días plácidamente y una noche vi luces en el cielo que formaban brillantes ondas amarillas. ¡Era la aurora boreal! Gruesas pinceladas dibujadas en un lienzo oscuro interminable, comparadas solo con la Noche Estrellada de Van Gogh.
Con qué facilidad se acostumbra uno a la belleza. Pero como ningún viaje es para siempre, al día siguiente tenía que regresar a casa.
“¿Y pudiste ver a un oso?”, me preguntó mi madre.
“Me gustó tanto el viaje que lo olvidé por completo”.